Ulises Rodríguez Ortiz
El ambiente nublado que nos acompaña esta tarde desde la Ciudad de México, no solo predice la lluvia, coincide con mi estado de ánimo, fatigado, harto y sin deseos de nada. Lo que ahora quiero es llegar al puerto de Lázaro Cárdenas con mis primos. Trabajar en el DF no me gusta, ya estuvo bien por un año; anhelo la costa y la playa. Esta lloviendo fuerte en Tres Marías, pero de aquí en lo alto, se nota que mas adelante, en el valle quizá no este lloviendo.
Unos kilómetros antes de Cuernavaca, no se puede avanzar, el tráfico en la carretera está parado. Al chofer le informaron que hay un bloqueo en la carretera del Sol hecho por maestros disidentes; tendremos que atravesar el centro. Hay montones de militares haciendo fila en la avenida y a la entrada nos recibe con burla la escultura de “La paloma de la Paz”. Seguramente terminará en tragedia la situación. Esta angustia la revivo porque mis padres fueron profesores y participaron en el movimiento disidente en los años noventa. En el mayor de los conflictos a mi padre lo golpearon, al menos una ocasión.
Adelante, a tres asientos, dos señores dicen: los soldados son desgraciados atacando a la población civil y que bueno que se pare el país, ya estuvo bien, pues les pagan una miseria; por otro lado, una señora gritando que su sobrino es policía y que está enfrentando a los del plantón. En pocos minutos se tensaron los ánimos entre los pasajeros y aunque no parece que llegue a más, las indirectas se escuchan en todo el camión. Ambos grupos encontrados en estos instantes tienen los mismos derechos, creo que los movimientos magisteriales tienen justificaciónes: la pobreza de nuestra población y lo mal que les pagan, entre otros. Mi corazón con ellos; deben de existir diferentes formas para atender estas manifestaciones y no solo la represión.
¡Caray! Cuernavaca, hace tanto tiempo que no pasaba ni cerca de aquí. Siento como si hubiera sido nuestro lugar; estas calles y sus luces me transportan a tu presencia. Fuiste la mejor oportunidad hasta ahora, de vivir una relación amorosa estable. El tráfico no avanza y está lloviendo peor que en Tres Marías. Recuerdo que mis papás platicaban que en esos años, el gobierno desapareció a líderes cercanos a ellos. Mi madre nos contó con emoción y temor, que en la marcha más grande en la que participó desde aquí y rumbo a la capital del país, había infiltrados que sembraron el miedo, diciendo que un trailer se iría sin frenos sobre ellos.
El trafico continúa lento igual que mi capacidad para olvidarte, parece que nos separamos ayer; inevitablemente pienso en ti. Si las paredes de las casas guardan los recuerdos y los sonidos, como dicen, entonces aquí estas, en todos lados, como un gigante que le da forma a la ciudad con tu cuerpo. Tu cabello largo y tus brazos fuertes son la avenida colegio militar con esos puentes envolventes. Tu cuello delgado y terso sería la avenida Emiliano Zapata y las luminarias incandescentes tos ojos, tu boca y tu pecho. Siempre te soltabas el pelo cuando nos veíamos, después de las jornadas de trabajo en las que todo el tiempo lo tenías achongado.
La lluvia parece que va para largo y seguimos a vuelta de rueda; hay encharcamientos. Veo a las señoras de al lado, con el Rosario en la mano y todos estamos tensos y sudorosos. Mi papá, en aquel tiempo, fue delegado al congreso nacional del movimiento. Precisamente al término de esa gran marcha hasta la capital del país, cientos de profesores, en el monumento a la Revolución, donde durmieron, fueron vejados por la policía. Mi madre corrió con más suerte pues un tío vivía a dos cuadras de ahí y fue a descansar esa noche. Mas o menos a las tres de la mañana el ruido los despertó y como aparecidos, tenían enfrente a cientos de policías y a un grupo mas pequeño de uniformados a caballo. Los tenían rodeados; A golpes de macanas y toletes les ordenaron que se replegaran en grupos pequeños para despejar la plaza, dejando todas sus pertenencias donde estaban. En unos segundos después de que ellos fueron arrinconados, los caballos pasaron por el centro del plantón rompiendo todo a su paso. Los tuvieron parados horas y luego, sin dejar de emitir amenazas, se retiraron. Mi padre era uno de los lideres y estuvo en la vanguardia junto a otros compañeros que ya no volvieron a su vida de siempre.
En la calle de Galeana reapareces, pues un tiempo trabajaste en esta zona y aprovechábamos para tomar algo en la plazuela de El zacate. Este lugar para mí corresponde a tu corazón. Sentados ahí nos platicamos la vida mirando el Palacio de Cortés.
Nuestra primera noche juntos fue en la Quinta Lucerito que, debe tener impregnadas en sus rincones, las imágenes rubicundas de tu piel y las miradas perdidas de ambos. Nuestras manos dibujaron los contornos de esas noches ansiosas y cálidas, como los vientos del sur. El resto de tu cuerpo no está aquí, ni en ningún lugar. Se me perdió entre los pliegues de mis manos y solo queda como una marca en mis recuerdos obsesivos y delirantes.
Pienso que las ciudades guardan lo vivido, recuerdan y respiran. Desde ahora en adelante, Cuernavaca además estará impregnada de violencia y autoritarismo.
Los ánimos de todos los pasajeros, ya se notan más tranquilos, cada cual en su trinchera, opuesta y distante; antipática contra “el otro”. Como si hubiera diferencia entre maestros y policías, o entre recuerdos y presencias. Dejamos esta urbe convulsa como mis pensamientos; irónicamente termina en una colonia llamada “El Polvorín”.