Instinto

Para: Alejandra Blanco

Estoy sorprendido como nunca antes en la vida. Si hubiera habido un letrero anunciándome lo que ocurriría hoy, no se lo que hubiera pasado pues, nunca había estado en una situación así, me hubiera dado miedo. Actué sin pensar realmente.

Pobrecito de Pepe, mi compañero del escritorio a mi derecha, es el más grande de la oficina, nos lleva a todos como diez años por eso, lo vemos como el hermano mayor.  Llegó con su traje nuevo, a penas le cerraba; comía por ansiedad.

Hoy era un día importante pues pediría la mano de su novia. Ayer le dije en broma que, creía que ya no saldría ni rifado.  Ambos nos reímos, nos miramos y nos despedimos.

A pesar de ser la segunda semana de febrero, hoy hizo calor por la mañana y en el viaje en metro hasta quise quitarme la chamarra; me aguanté porque es mejor tener calor, a exponer al público la bolsa de mi camisa con mi dinero.

Eran las diez de la mañana, repentinamente Pepe empezó como a toser, se aventó violentamente hacia atrás en su silla por lo que quedó a la vista de todos. Estaba sudando, me miró con el seño fruncido y se desató la corbata nueva. Comenzó a respirar profundo intentando tranquilizarse, pero su rostro estaba peor, mas sudoroso y rojo. Siguió tosiendo mas fuerte, se levantó y me dijo con una voz ahogada y aguda: ¡Me duele, me duele mucho! Señalando el pecho. En ese momento, tuvo un espasmo y se cayó al piso; se golpeo horriblemente la cabeza. Todo fue tan rápido, que los que estábamos a su lado no pudimos reaccionar. Él empezó a vomitar, fueron tres o cuatro segundos, no sé; Mi pensamiento continuó perdido.

No se en que momento me acerqué para ponerlo con la boca hacia arriba, su cuerpo estaba tieso y sus ojos se encontraban en blanco. Al colocarlo hacia arriba, le abrí mas el cuello de la camisa, lo jalé desesperadamente al centro del angosto pasillo, entre los escritorios. Le puse la cabeza de lado como pude, pareciera que estaba solo en el mundo, nadie me ayudó.

Empecé a presionar con mis manos su pecho a modo de masaje como dios me dio a entender. Mis oídos, primero se taparon y luego empezaron a zumbar. Le grité su nombre lo mejor que podía, pero su color era cada vez mas morado. Me empezó a faltar aire por el esfuerzo al intentar reanimarlo. Su tórax no se movía y entonces, decidí darle respiración boca a boca. En el primer intento de meter aire a través de su boca, extendí su cuello hacia atrás, pegué mi boca a sus labios fríos y soplé con mucha fuerza.  En un segundo, quedé empapado con su vómito que, por poco me trago. Limpié con mis manos, lo mejor que pude su boca y la mía y metí otra vez aire. Me di cuenta que una compañera desconocida, estaba dando masaje cardiaco. Continué metiendo aire en sus pulmones, ella mantuvo el movimiento de su tórax, regresé a la reanimación en el pecho de mi amigo y dejé de dar aire en su boca. Empujé fuerte en su zona cardiaca como queriendo recuperar lo perdido y sentí cómo las costillas tronaban cuando presionaba y también cuando dejaba de hacerlo, mi masaje fue rápido y desesperado. Estaba empapado de sudor, sentí un mareo repentino y me dejé caer hacia atrás; la compañera estaba llorando y gritó seca y suplicantemente: ¡no! ¡no te detengas!

Como pude, retomé el intento de darle aire por la boca y ella, casi encima de él intentó mantener el ritmo cardiaco. Vi su esfuerzo por ayudarle, vi su desesperación y su entrega. Fueron tal vez diez minutos, quién sabe. No nos detuvimos; continué dando masaje y respiración como pude; cuando ya no podía ella entraba; el color de mi compañero era cada vez mas morado.

Siguieron pasando los minutos, finalmente llegaron los paramédicos. Me dejé caer en cuclillas hacia atrás, no me alcanzaba el aire, estaba desfallecido. Quise vomitar pues entendí hasta ese momento el olor de sus fluidos.

Los paramédicos continuaron con el masaje y aproximadamente treinta segundos después dijeron que se percibía latido cardiaco. Estaba recuperando el aire y mis ganas de vomitar aumentaban: un paramédico se abrió paso, de entre la gente, venía con un directivo y nos señaló con el dedo y dijo: fueron ellos. Entre respiraciones profundas señalé a mi compañera desconocida.

Mi corazón estaba latiendo cada vez mas normal y mis jadeos se iban controlando. Por un momento cerré los ojos para intentar descansar y recobrar el sentido. 

También lloraba nerviosamente. Un momento después alguien me tocó la frente, al abrir los ojos, era ella y me dijo, ¿estas bien? Déjame ayudarte. Se sentó a mi lado, de frente, se quitó del cabello una pañoleta casi suelta y comenzó a limpiarme la cara, sentí sus manos temblorosas y escuché también su llanto quedo.

Me enderecé poco a poco y con el aire recuperado, sentí como sujetó con ambas manos mi cara; abrí mis ojos, me miraba profundamente, la presión de sus manos era firme, determinada y temblorosa. Intentó decirme algo, pero le ganó el llanto. Su seño estaba fruncido y tembloroso; con sus ojos llenos de lagrimas, se sobrepuso y dijo: él estaría muerto si no fuera por ti. Se me erizó la piel y sin soltarme de sus manos continuó: Me gustaría tenerte cerca si algún día me pasa algo, nunca olvidaré todo esto que pasó, nunca. Intenté tocar sus manos con las mías, pero antes ella me soltó: estaba su rostro totalmente enrojecido, me dio su pañoleta y se fue.

Publicado por Ulises Rodriguez Ortíz

Interesado en escribir historias.

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